Cuando el productor sueco Soren Staermose llamó a Niels Arden Oplev para que dirigiera la versión cinematográfica de Los hombres que no amaban a las mujeres, el realizador optó por rechazar la propuesta. "Había oído hablar de los libros, pero no los había leído. Además, no tenía el tiempo ni la intención de hacer un thriller para el cine", confesaría tiempo después. Staermose contraatacó seis meses después, con la producción en marcha. Quería a Oplev porque su obra se caracteriza por emociones fuertes y personajes duros, al igual que la trilogía de Stieg Larsson. "Así que leí el libro, para considerar la invitación -dice Oplev-; era muy intrigante, pero no lo vi como un thriller. Lo vi más como un drama mezclado con misterio, con personajes fuertes y especiales, que se desarrollan a través de la historia".
A pesar de que Los hombres que no amaban a las mujeres es el libro más vendido de la trilogía Millennium, su tratamiento cinematográfico en manos de Niels Arden Oplev evita el exceso espectacular que define a las películas con ambiciones de blockbuster. La oscuridad de la atmósfera, la tensión de las distintas tramas, el vértigo de las historias y el espíritu de los dos personajes principales (interpretados por Michael Nyqvist y Noomi Rapace) respetan el original de Larsson y lo enriquecen con una mirada que no apuesta por embellecer o almidonar la agria crítica del autor al Estado de Bienestar. Para los fans de la trilogía esta es una buena noticia, mucho más esperanzadoras que las que llegan desde Hollywood, donde se habla de una Lisbeth Salander encarnada por Natalie Portman (la alternativa podría ser Ellen Page, ambigua y sádica en Hard candy y consagrada con La joven vida de Juno) y George Clooney en el rol del idealista Blomkvist.
Según la inquietante Noomi Rapace, Lisbeth Salander es "una mujer que ha sido maltratada por la sociedad y se ha visto forzada a sobrevivir". La violencia con la que se venga de quienes le han hecho algún daño no sería más que una coraza que encubre a una "chica leal y sensible, que ha convertido su tristeza en rabia". Para encarnar a Salander, Rapace -una actriz autodidacta, que nunca estudió dramaturgia- tomó clases de boxeo, aprendió a andar en moto y se puso piercings en ceja, labio, oreja y nariz. "En Suecia hay muchas mujeres que se paralizan y no reaccionan cuando alguien las ataca. Lo que Lisbeth Salander enseña es a cuidarse a sí misma" declaró. Stieg Larsson no lo podría haber explicado mejor.
A pesar de que Los hombres que no amaban a las mujeres es el libro más vendido de la trilogía Millennium, su tratamiento cinematográfico en manos de Niels Arden Oplev evita el exceso espectacular que define a las películas con ambiciones de blockbuster. La oscuridad de la atmósfera, la tensión de las distintas tramas, el vértigo de las historias y el espíritu de los dos personajes principales (interpretados por Michael Nyqvist y Noomi Rapace) respetan el original de Larsson y lo enriquecen con una mirada que no apuesta por embellecer o almidonar la agria crítica del autor al Estado de Bienestar. Para los fans de la trilogía esta es una buena noticia, mucho más esperanzadoras que las que llegan desde Hollywood, donde se habla de una Lisbeth Salander encarnada por Natalie Portman (la alternativa podría ser Ellen Page, ambigua y sádica en Hard candy y consagrada con La joven vida de Juno) y George Clooney en el rol del idealista Blomkvist.
Según la inquietante Noomi Rapace, Lisbeth Salander es "una mujer que ha sido maltratada por la sociedad y se ha visto forzada a sobrevivir". La violencia con la que se venga de quienes le han hecho algún daño no sería más que una coraza que encubre a una "chica leal y sensible, que ha convertido su tristeza en rabia". Para encarnar a Salander, Rapace -una actriz autodidacta, que nunca estudió dramaturgia- tomó clases de boxeo, aprendió a andar en moto y se puso piercings en ceja, labio, oreja y nariz. "En Suecia hay muchas mujeres que se paralizan y no reaccionan cuando alguien las ataca. Lo que Lisbeth Salander enseña es a cuidarse a sí misma" declaró. Stieg Larsson no lo podría haber explicado mejor.
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