Cuando estamos de vacaciones, en otro ambiente y otro clima, oímos los sonidos de la vida, dejamos que los colores bañen nuestros ojos, nos sumergimos en fragancias desconocidas, y cuando caminamos descalzos por la playa sentimos la arena deslizándose entre los dedos de nuestros pies. En esos momentos nos sentimos relajadas, llenas de vida, plenamente en el "aquí y ahora".
El cuerpo es un vehículo de comunicación, lleno de zonas erógenas. Emitimos de modo constante un mensaje erótico a través de la mirada, la sonrisa, la postura, el tacto, la voz, el gesto o cierto perfume en especial.
Cotidianamente captamos y transmitimos información a través de los sentidos pero sólo percibimos aquéllo a lo que estamos atentas, y cuando nuestras mentes están llenas de preocupaciones pasamos por alto la mayoría de los mensajes que nos emiten.
Recuperar el contacto con lo sensorial es la primera condición para lograr una vida sexual plena, conectándonos con las interminables posibilidades que nos brinda el placer a través de los ojos, los oídos, las manos, los olores y el paladar.
Desnudar al otro, sentir con nuestras manos los cuerpos, resulta un poderoso afrodisíaco. A través del mundo de las caricias corporales se obtienen sensaciones placenteras, muy importantes para el bienestar afectivo.
Pensemos que la mayoría de los mamíferos se golpetean, acarician u hociquean antes de copular. Las mariposas macho golpean y frotan levemente el abdomen de sus parejas mientras se aparean; los delfines se mordisquean; los perros se lamen; los chimpancés se besan, se abrazan, se palmean y se toman de las manos.
Nuestros ancestros - en la primera infancia - eran tenidos en brazos continuamente y dormían contra el pecho materno; en ciertas culturas los niños son sostenidos en brazos de modo tan permanente que nunca gatean. Los seres humanos estamos condicionados para estar habitualmente en contacto con la piel de otros, lo natural es que nos guste tocar y ser tocados, salvo que se nos entrene para lo contrario.
Olores, gustos y sonidos
Cada persona tiene un olor ligeramente diferente; todos tenemos un "olor peculiar", personal, que se distingue al igual que nuestra voz, nuestras manos, nuestro intelecto.
Cuando somos bebés recién nacidos podemos reconocer a nuestra madre por el olor, y a medida que crecemos llegamos a poder reconocer diez mil aromas diferentes. De modo que si nos dejamos guiar por la naturaleza, es probable que seamos seducidos por los aromas.
El cuerpo humano produce uno de los más poderosos afrodisíacos olfatorios. Tanto el hombre como la mujer tienen glándulas "apocrínicas"en las axilas, alrededor de los pezones y en las ingles; estas glándulas entran en actividad en la pubertad y son reservorios aromáticos. Destilamos un olor similar al almizcle, componente de muchos perfumes usados para atraer sexualmente.
De hecho, pueblos tan diversos como los antiguos griegos, los hindúes y los chinos han utilizado para embriagar a un enamorado o enamorada, ciertos aromas obtenidos de algunos animales, como el castóreo de las glándulas odoríferas de los castores de Rusia y el Canadá; el almizcle, esa feromona roja, de consistencia gelatinosa, proveniente del ciervo almizclero asiático, y el civeto, esa secreción melosa del gato civeto de Etiopía.
Pero se nos ha enseñado no sólo a eliminar los olores sexuales mediante perfumes, jabones y desodorantes sino a asociarlos con algo sucio, repulsivo y degradante. De hecho, para una gran mayoría los olores genitales no constituyen estímulo excitante o erógeno alguno. Si jugáramos con el olfato, quizá podríamos disfrutarlo.
Se sabe que el olor de él o de ella puede desatar marcadas reacciones físicas y psicológicas. Entre nuestros ojos, en la base del cerebro, unos cinco millones de neuronas olfativas cuelgan del techo de cada cavidad nasal, balanceándose al ritmo del aire que inhalamos. Estas células nerviosas no sólo trasmiten mensajes a la porción del cerebro que controla nuestro sentido del olfato, sino que se hallan también vinculadas con el sistema límbico que gobierna el miedo, la cólera, el odio, el éxtasis, la lujuria. Debido a estas conexiones cerebrales, los olores pueden generar intensos sentimientos eróticos. Además, por ser nuestro sistema límbico asiento del centro de la memoria a largo plazo, el olor de una mujer o de un hombre puede ser el disparador de muchos recuerdos. Quien no recuerda el olor de ese árbol de nuestra casa paterna o de esa comida tan especial que nuestra abuela nos preparaba o de un antiguo amante, olores que recordamos conjuntamente con los sentimientos asociados a ellos.
A la vez el paladar y las papilas gustativas - situadas en la lengua - son los encargados de transmitir al cerebro lo que estamos degustando; podemos transmitir a través de la lengua sensaciones extraordinarias y hacer gozar a nuestra pareja tanto o más que con la penetración.
Fue Epíteto quien dijo que si Dios dio al hombre dos orejas y sólo una boca es para que escuche el doble de lo que habla, y es bueno recordarlo en esta época en la cual se valora más la emisión que la recepción. A través del oído obtenemos muchas sensaciones placenteras: escuchar los sonidos de la naturaleza - olas, lluvia, cantos de pájaros, viento - calma el ánimo; disfrutar de la música, induce estados anímicos, promueve fantasías y evoca recuerdos; recogerse hacia dentro y aguzar la percepción nos permite gozar del silencio. Ciertos ritmos provocan dentro nuestro, deseos de movernos mientras que otros promueven intimidad y estimulan el erotismo.
El tono de voz es un estímulo sexual durante el coito, y las palabras que se dicen y la forma de ser dichas pueden ser mucho más excitantes que el contacto mismo. Las formas de hablar que traducen ternura son estímulos emocionales universales y el sonido de nuestra propia voz a veces nos estimula o inhibe.
En fin, son variados los estímulos capaces de despertar nuestro deseo y alimentar la pasión: una mirada, una fantasía, una caricia, un roce, un olor…
El cuerpo es un vehículo de comunicación, lleno de zonas erógenas. Emitimos de modo constante un mensaje erótico a través de la mirada, la sonrisa, la postura, el tacto, la voz, el gesto o cierto perfume en especial.
Cotidianamente captamos y transmitimos información a través de los sentidos pero sólo percibimos aquéllo a lo que estamos atentas, y cuando nuestras mentes están llenas de preocupaciones pasamos por alto la mayoría de los mensajes que nos emiten.
Recuperar el contacto con lo sensorial es la primera condición para lograr una vida sexual plena, conectándonos con las interminables posibilidades que nos brinda el placer a través de los ojos, los oídos, las manos, los olores y el paladar.
Desnudar al otro, sentir con nuestras manos los cuerpos, resulta un poderoso afrodisíaco. A través del mundo de las caricias corporales se obtienen sensaciones placenteras, muy importantes para el bienestar afectivo.
Pensemos que la mayoría de los mamíferos se golpetean, acarician u hociquean antes de copular. Las mariposas macho golpean y frotan levemente el abdomen de sus parejas mientras se aparean; los delfines se mordisquean; los perros se lamen; los chimpancés se besan, se abrazan, se palmean y se toman de las manos.
Nuestros ancestros - en la primera infancia - eran tenidos en brazos continuamente y dormían contra el pecho materno; en ciertas culturas los niños son sostenidos en brazos de modo tan permanente que nunca gatean. Los seres humanos estamos condicionados para estar habitualmente en contacto con la piel de otros, lo natural es que nos guste tocar y ser tocados, salvo que se nos entrene para lo contrario.
Olores, gustos y sonidos
Cada persona tiene un olor ligeramente diferente; todos tenemos un "olor peculiar", personal, que se distingue al igual que nuestra voz, nuestras manos, nuestro intelecto.
Cuando somos bebés recién nacidos podemos reconocer a nuestra madre por el olor, y a medida que crecemos llegamos a poder reconocer diez mil aromas diferentes. De modo que si nos dejamos guiar por la naturaleza, es probable que seamos seducidos por los aromas.
El cuerpo humano produce uno de los más poderosos afrodisíacos olfatorios. Tanto el hombre como la mujer tienen glándulas "apocrínicas"en las axilas, alrededor de los pezones y en las ingles; estas glándulas entran en actividad en la pubertad y son reservorios aromáticos. Destilamos un olor similar al almizcle, componente de muchos perfumes usados para atraer sexualmente.
De hecho, pueblos tan diversos como los antiguos griegos, los hindúes y los chinos han utilizado para embriagar a un enamorado o enamorada, ciertos aromas obtenidos de algunos animales, como el castóreo de las glándulas odoríferas de los castores de Rusia y el Canadá; el almizcle, esa feromona roja, de consistencia gelatinosa, proveniente del ciervo almizclero asiático, y el civeto, esa secreción melosa del gato civeto de Etiopía.
Pero se nos ha enseñado no sólo a eliminar los olores sexuales mediante perfumes, jabones y desodorantes sino a asociarlos con algo sucio, repulsivo y degradante. De hecho, para una gran mayoría los olores genitales no constituyen estímulo excitante o erógeno alguno. Si jugáramos con el olfato, quizá podríamos disfrutarlo.
Se sabe que el olor de él o de ella puede desatar marcadas reacciones físicas y psicológicas. Entre nuestros ojos, en la base del cerebro, unos cinco millones de neuronas olfativas cuelgan del techo de cada cavidad nasal, balanceándose al ritmo del aire que inhalamos. Estas células nerviosas no sólo trasmiten mensajes a la porción del cerebro que controla nuestro sentido del olfato, sino que se hallan también vinculadas con el sistema límbico que gobierna el miedo, la cólera, el odio, el éxtasis, la lujuria. Debido a estas conexiones cerebrales, los olores pueden generar intensos sentimientos eróticos. Además, por ser nuestro sistema límbico asiento del centro de la memoria a largo plazo, el olor de una mujer o de un hombre puede ser el disparador de muchos recuerdos. Quien no recuerda el olor de ese árbol de nuestra casa paterna o de esa comida tan especial que nuestra abuela nos preparaba o de un antiguo amante, olores que recordamos conjuntamente con los sentimientos asociados a ellos.
A la vez el paladar y las papilas gustativas - situadas en la lengua - son los encargados de transmitir al cerebro lo que estamos degustando; podemos transmitir a través de la lengua sensaciones extraordinarias y hacer gozar a nuestra pareja tanto o más que con la penetración.
Fue Epíteto quien dijo que si Dios dio al hombre dos orejas y sólo una boca es para que escuche el doble de lo que habla, y es bueno recordarlo en esta época en la cual se valora más la emisión que la recepción. A través del oído obtenemos muchas sensaciones placenteras: escuchar los sonidos de la naturaleza - olas, lluvia, cantos de pájaros, viento - calma el ánimo; disfrutar de la música, induce estados anímicos, promueve fantasías y evoca recuerdos; recogerse hacia dentro y aguzar la percepción nos permite gozar del silencio. Ciertos ritmos provocan dentro nuestro, deseos de movernos mientras que otros promueven intimidad y estimulan el erotismo.
El tono de voz es un estímulo sexual durante el coito, y las palabras que se dicen y la forma de ser dichas pueden ser mucho más excitantes que el contacto mismo. Las formas de hablar que traducen ternura son estímulos emocionales universales y el sonido de nuestra propia voz a veces nos estimula o inhibe.
En fin, son variados los estímulos capaces de despertar nuestro deseo y alimentar la pasión: una mirada, una fantasía, una caricia, un roce, un olor…
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