domingo, 15 de noviembre de 2009

Paradoja de Teseo

Imagina que tienes un barco al que periódicamente debes ir cambiándole tablas viejas y gastadas por tablones nuevos, para mantenerlo en funcionamiento. Luego de varios años de uso ¿sigues teniendo el mismo barco, a pesar de haber reemplazado cada una de sus partes una a una? Esta pregunta se la hicieron los filósofos hace siglos, dando lugar a la Paradoja de Teseo. Se trata de un problema interesante, sobre todo cuando lo aplicamos a los seres vivos. Los humanos, por ejemplo, reemplazamos casi todas nuestras células cada diez años. Este proceso ¿nos convierte en personas nuevas?


Muchas de las cuestiones filosóficas más interesantes tienen miles de años de antigüedad. Los filósofos griegos, por ejemplo, se encargaron de enunciar paradojas que 20 o 25 siglos más tarde aún nos hacen dudar de nuestras convicciones. La Paradoja de Teseo es una de ellas. Existe una leyenda griega, recogida por Plutarco, en la que puede leerse:

El barco en el cual volvieron desde Creta Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaban desde la época de Demetrio de Falero, ya que retiraban las tablas estropeadas y las reemplazaban por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era.

Dicho con otras palabras: ¿estamos en presencia del mismo barco si se han reemplazado cada una de sus partes una a una? Puede que la respuesta al enigma se esconda detrás de la definición que adoptemos para “lo mismo”. A veces consideramos que las cosas pueden ser cualitativamente iguales solo por el hecho de tener las mismas propiedades, y otras que son numéricamente las mismas por el hecho de ser de una clase. Por ejemplo, imagina que tienes dos esferas que se ven idénticas. Puedes considerar que son cualitativamente (aunque no numéricamente) la misma. Si pintas una de ellas de un color diferente, está seria siendo numéricamente la misma que antes, pero ya no sería cualitativamente igual a su pareja.

Con ese argumento, el barco de Teseo es cualitativamente (pero no numéricamente) diferente en el momento en que uno comienza con las refacciones. El problema es que si construimos nuestra propia definición de identidad y la hacemos lo suficientemente amplia, la identidad cualitativa colapsa en la identidad numérica. Si una de las cualidades relevantes de las esferas del ejemplo fuese su ubicación espacio-temporal, entonces no existirán dos que -encontrándose en diferentes lugares y tiempos- puedan ser alguna vez cualitativamente idénticas. Esta racionalización no hace, por supuesto, que uno deje de pensar sobre en que momento el barco de Teseo deja de ser “el barco de Teseo” para convertirse en su reemplazo. Pero hay una vuelta de tuerca más para esta cuestión.

Imaginemos que durante las reparaciones efectuadas al navío original, los obreros encargados de la tarea van guardando cada una de las piezas viejas que quitan del barco. Luego de un tiempo más o menos largo, todo habrá sido reemplazado y sus dueños (y nosotros) se preguntarán si es o no el mismo barco. Pero ¿que pasaría si los operarios utilizasen las tablas viejas para construir nuevamente el barco? ¿Seria el barco así construido el “barco de Teseo”? Puede que haya argumentos válidos para considerar que uno, otro ambos o ninguno son el barco “original”. Hay planteos de este tipo que son bastante más mundanos que el problema del barco. El famoso pensador inglés, considerado como el padre del empirismo y del liberalismo moderno, John Locke, se preguntaba si a un calcetín que le ha salido un agujero le demostramos nuestro afecto remendándolo sigue siendo el mismo después de dicha operación. Casi todo el mundo responderá que si, que efectivamente se trata del mismo calcetín de siempre, aunque remendando. Si le vuelve a salir otro agujero y lo volvemos a remendar, lógicamente el calcetín seguirá siendo el mismo, y si seguimos con esta tarea cada vez que el calcetín nos vuelva a enseñar sus tripas, tarde o temprano tendremos uno que no mantenga nada de su material original. ¿Sigue el calcetín siendo el mismo? ¿En qué momento deja el calcetín de ser el original?

En una forma más general, la cuestión parece ser si a un objeto se le reemplazan todas sus partes ¿sigue siendo el mismo? Salvando las distancias -temporales y de las otras- que lo separan de los pensadores griegos, podemos utilizar un pasaje de un libro de Deepak Chopra para ver la trascendencia que puede tener una cuestión aparentemente trivial como la Paradoja de Teseo:

Con cada respiración inhalamos miles de millones de átomos que a la postre terminan como células del corazón, células de los riñones, células del cerebro y así sucesivamente. Con cada respiración exhalamos fragmentos y pedazos de nuestros tejidos y órganos, y los intercambiamos con la atmósfera de este planeta. Los estudios del isótopo radiactivo muestran que el cuerpo reemplaza el 98 por 100 de todos sus átomos en menos de un año. El cuerpo hace un nuevo recubrimiento del estómago cada cinco días, una nueva piel una vez al mes, un nuevo hígado cada seis semanas, y un nuevo esqueleto cada tres meses. Incluso nuestro ADN, el material genético que mantiene memorias de miles de millones de años de evolución, no es el mismo que teníamos hace seis semanas. De manera que si piensas que eres tu cuerpo físico, ¿de qué cuerpo estás hablando? El cuerpo que tienes hoy no es el mismo que tenías hace tres meses.

La discusión está servida. La persona que está escribiendo este texto no es (o al menos, no lo es su cuerpo) la misma que hace 35 años aprendía a andar en bicicleta en una granja. Y esa tampoco fue la misma que 15 años más tarde pasaría las tardes sentada frente a un Commodore 64. Sin embargo, todos mis amigos siguen reconociéndome como el mismo (aunque mas gordo y con menos pelo). En algún momento del futuro, quizás dentro de este mismo siglo, encontremos la forma de reemplazar cada parte de nuestro cuerpo, o incluso de transferir nuestra mente a un ordenador. ¿Seremos verdaderamente inmortales, o simplemente un grupo de asesinos que “mata” una versión de si mismos para reencarnarse en otra? De alguna manera, la “suave transición” que implicaría reemplazar cada una de nuestras células por una nueva, mediante un proceso que demande varios meses, no parece plantear problemas de si seguimos o no siendo la misma persona. Pero si ese proceso se realizase en un instante muy pequeño, muchos pensaríamos que hemos sido cambiados.

Como todas las paradojas, la del Barco de Teseo nos pone a pensar. Extrañamente, una cuestión planteada hace siglos podría tener en el futuro una gran importancia. Si un millonario del sigo XXII a los 100 años se somete a una terapia de reemplazo celular que le proporciona un nuevo cuerpo sano y rozagante ¿sus herederos tendrán motivos para afirmar que su pariente ha muerto y reclamar ya mismo sus bienes? ¿O sigue siendo el mismo, y tiene derecho a gozar de la vida con su fortuna y cuerpo nuevo? Seguramente las leyes irán cambiando con el tiempo para contemplar estas cuestiones, pero sin duda nos esperan debates interesantes. Y tú ¿que opinas?

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