martes, 11 de noviembre de 2008

Joshua A. Norton, El Emperador de Estados Unidos (y protector de México)

Nacido en Londres en 1819, Joshua A. Norton llegó a San Francisco a la edad de 30 años como hombre de negocios, provisto por su padre de una considerable cantidad de dinero, 40.000 dólares. Hacia el año 1853 había reunido 250.000 dólares. Pero se tornó ambicioso: decidió acaparar arroz comprando todos los cargamentos. El precio subió de 5 a 50 centavos, pero se negaba a vender. De repente llegó toda una flota de América del Sur cargada de arroz y los precios se derrumbaron.
De ahí en adelante, Norton falló en todo lo que se propuso y perdió el poco dinero que le quedaba. En sus horas más bajas empezó a cuestionarse sin entender, por qué mientras él se hundía más y más, otros mediante el uso de la palabra reclamaban la propiedad de tierras y productos, emitían leyes, invertían dinero y se enriquecían. Al mismo tiempo, la situación política y social era cada vez más insoportable, y la guerra civil no tardaría mucho en llegar -- estallaría en 1869.
Así pues, en 1859, arruinado, Joshua Norton decidió proclamarse Emperador de los Estados Unidos (y Protector de México). Una respuesta absurda era para Norton la única forma coherente de reaccionar ante la lógica general que gobernaba la sociedad en que vivía. Embutido en un elaborado traje militar de colores azul (unionista) y gris (rebelde), pretendía representar su mandato sobre ambos bandos, satirizando el estado de las cosas mediante una reducción al absurdo de aquello que veía.
Las primeras medidas que anunció -mediante publicaciones en periódicos que encontraron un filón en Norton- fueron la abolición del Congreso y el sufragio universal. Expulsó al gobernador de Virginia ordenando su envío a un hospital mental, poniendo a otro más adecuado en su lugar. Llamó al ejército para tomar el Congreso Nacional, notificó a Lincoln su expulsión, e incluso pidió una Convención Bíblica para eliminar todos los pasajes que fueran susceptibles de generar divisiones dentro de la necesidad de una Única Religión.
Sus conciudadanos, según se dice ignorando en buena medida la forma en que Joshua Norton dirigía su burla, decidieron adoptarle desde un principio; como un loco entretenido, que a pesar de vivir en la pobreza podía utilizar los transportes y era en ocasiones invitado a restaurantes y teatros. Emitía su propia moneda, que era apreciada como souvenir (llegando a pagarse su mismo precio en moneda de curso legal) y era aceptada por algunos establecimientos gracias a los cuales sobrevivía. Incluso cuando fue detenido por ser un lunático por la policía de San Francisco, tuvieron que soltarlo debido a la fuerte reacción popular.



Los teatros le tenían reservada una butaca especial y el público se levantaba con respetuoso silencio cuando entraba. En cierta ocasión un joven policía, en un exceso de celo, le detuvo por vagabundo y toda la ciudad se indignó. El director de policía fue personalmente a ponerle en libertad deshaciéndose en excusas. Una delegación de concejales fue a visitarle y él accedió graciosamente a «borrar el incidente de la memoria».
Al estallar la guerra civil en 1861 siguió el curso de la contienda con «profunda preocupación». Convocó a San Francisco al Presidente Lincoln y a Jefferson Davis, Presidente de la Confederación, para mediar entre ellos. Viendo que no comparecía ninguno y que ni siquiera le contestaban, ordenó un alto el fuego hasta que él «tomara su imperial decisión».
Durante todo este tiempo Norton era mantenido por los vecinos de San Francisco. Se le concedió alojamiento gratuito, alimentación gratuita y transportes gratuitos.
En cierta ocasión «abolió» la compañía de ferrocarriles Central Pacific por haberle negado comida gratis en el vagón restaurante, y sólo se aplacó su indignación cuando se le entregó un pase vitalicio y se le dio pública satisfacción.
Pero siempre andaba mal de dinero, por lo que implantó un sistema de impuestos: 25 a 50 centavos semanales los tenderos y tres dólares semanales los bancos. San Francisco se rió... pero la mayoría pagó.
Una de sus anécdotas más conocidas, trata del día en que detuvo a una multitud enfurecida que quería atacar a la comunidad china de la ciudad, traída por el empresariado como mano de obra barata. Se puso enfrente y subió a una caja, provocando una mezcla entre sorpresa y risa de la gente, y comenzó a recitar una oración, para luego dar un discurso sobre el amor fraternal y finalmente pedir a la multitud -con éxito- que se dispersara pacíficamente.

Firma y sello de Norton I.

Cuando su uniforme estuvo deslucido y harapiento, Norton dictó una proclama: «Sabed que yo, Norton I, tengo varias quejas contra mis vasallos, considerando que mi imperial guardarropa constituye una desgracia nacional». Al día siguiente el ayuntamiento aprobó una subvención para equiparlo de nuevo.


Cuando su reinado acabó en 1880, veintiún años después de proclamarse Emperador de los Estados Unidos, la policía tuvo que movilizarse improvisadamente y organizar las colas de quienes querían darle un último adios, que pronto se contaron por cientos. El cortejo funeral acabó por alcanzar tres kilómetros de longitud, contándose entre diez y treinta mil personas.

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