domingo, 19 de octubre de 2008

EL GULAG SOVIÉTICO




Gracias a los recientemente abiertos archivos soviéticos, ahora sabemos que existieron por lo menos 476 sistemas de campos de concentración, cada uno conformado por cientos, incluso, miles de campos individuales, que en algunos casos se extendían sobre miles de millas cuadradas.
También sabemos que la vasta mayoría de los prisioneros eran campesinos y trabajadores, no los intelectuales que luego escribían memorias y libros. Sabemos que, con unas pocas excepciones, los campos no eran construidos específicamente para matar personas: Stalin prefería usar pelotones de fusilamiento para conducir sus ejecuciones masivas. No obstante, a menudo los campos eran letales: cerca de un cuarto de los prisioneros de los Gulag murieron durante los años de la guerra. La población de los Gulag también era muy fluida. Los prisioneros se iban porque morían, porque escapaban, porque tenían cortas condenas, porque iban a ser entregados al Ejército Rojo o porque habían sido promovidos –como con frecuencia sucedía- de prisionero a guardia. Esas liberaciones invariablemente eran seguidas por nuevas olas de arrestos.

Como resultado, entre 1929, cuando los campos de prisioneros por primera vez se volvieron un fenómeno masivo, y 1953, el año de la muerte de Stalin, cerca de 18 millones de personas pasaron por el sistema. Adicionalmente, unos 6 o 7 millones de personas fueron deportados a pueblos en el exilio. El número total de personas con alguna experiencia de encarcelamiento y trabajo forzado en la Unión Soviética estalinista pudo haber estado cerca de los 25 millones, o cerca del 15 por ciento de la población.
También sabemos dónde estaban los campos de concentración –concretamente, en todas partes. Aunque todos estamos familiarizados con la imagen del prisionero en una tormenta de nieve, excavando carbón con un pico, existieron campos de concentración en el centro de Moscú en los que los prisioneros construían bloques de apartamentos o diseñaban aviones, campos de concentración en Krasnoyarsk donde los prisioneros dirigían plantas de energía nuclear, campos de pesca en la costa Pacífica. De Aktyubinsk a Yakutsk, no había un solo centro de gran población que no tuviera uno o varios campos de concentración locales y no existió una sola industria que no empleara prisioneros. Por años, los prisioneros construyeron caminos, ferrocarriles, plantas de energía y fábricas químicas. Fabricaron armas, muebles, repuestos para máquinas e, incluso, juguetes para niños.
En la Unión Soviética de la década de 1940, cuando los campos de concentración alcanzaron su cenit, habría sido muy difícil en muchos lugares cumplir la rutina diaria sin tropezar con prisioneros. Ya no es posible argumentar, como algunos historiadores occidentales hicieron, que los campos eran un fenómeno marginal o que ellos sólo eran conocidos por una pequeña proporción de la población. Al contrario, eran centrales al sistema soviético en general.
También entendemos mejor la cronología de los campos de concentración. Por mucho tiempo hemos sabido que Lenin construyó los primeros en 1918, durante la Revolución, pero los archivos ahora nos han ayudado a explicar por qué Stalin decidió expandirlos en 1929. En ese año, él lanzó el Plan Quinquenal, un intento extraordinariamente costoso, tanto en vidas humanas como en recursos naturales, para forzar un incremento del 20 por ciento anual en la producción industrial soviética y para colectivizar la agricultura. El plan llevó a millones de arrestos a la vez que los campesinos eran expulsados de sus tierras; eran encarcelados si se rehusaban a irse. También llevó a una enorme escasez de mano de obra. De repente, la Unión Soviética se encontró con necesidad de carbón, gas y minerales, la mayoría de los cuales se encontraban únicamente en el lejano norte del país. La decisión se tomó: los prisioneros serían utilizados para extraer los minerales.
Para los agentes secretos que estaban a cargo de la construcción de los campos de concentración, todo tenía sentido. Así es cómo Alexi Laginov, antiguo comandante suplente de los campos de Norilsk, al norte del Círculo Ártico, justificaba el uso de prisioneros como mano de obra en una entrevista en 1992:
Si hubiéramos enviado civiles, primero hubiéramos tenido que construir casas para que vivieran en ellas. Y, ¿cómo gente común y corriente podría vivir aquí? Con prisioneros, es sencillo. Todo lo que se necesita es una barraca, una estufa con una chimenea y de alguna manera ellos sobreviven.
Nada de esto quiere decir que los campos de concentración no intentaban también aterrorizar y subyugar a la población. De hecho, los regímenes de prisiones y campos, que eran diseñados hasta el último detalle por Moscú, estaban diseñados definitivamente para humillar a los prisioneros. Se les quitaban los cinturones, botones, tirantes y artículos elásticos. Los guardias los veían como “enemigos” y les prohibían utilizar la palabra “camarada” incluso entre ellos mismos. Esas medidas contribuyeron a la deshumanización de los prisioneros desde la perspectiva de los guardias de los campos y de los burócratas, que de esta manera encontraron mucho más fácil no tratarlos como conciudadanos y ni siquiera como seres humanos. Realmente, esto resultó ser una combinación ideológica extremadamente poderosa – la indiferencia por la humanidad e individualidad de los prisioneros y la irresistible necesidad de cumplir con el plan centralmente determinado.





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