miércoles, 21 de octubre de 2009

El arca de Noe de las plantas: la bóveda del fin del mundo

El archipiélago noruego de Svalbard, conocido por muchos como “la Perla del Ártico”, es un lugar remoto y extraño situado entre los 74º y los 80º Norte. Longyearbyen, su capital, es el sitio habitado más próximo al Polo Norte geográfico.

En este archipiélago se ubica también una construcción que nos remite a las películas de ciencia ficción sobre el fin del mundo. Estoy hablando de la Bóveda Global de Semillas de Svalbard (en inglés, Svalbard Global Seed Vault y en noruego, Svalbard globale frøkvelv), que ya ha sido apodado como la “bóveda del fin del mundo”.

Un silo que se construyó a 130 metros de profundidad en una montaña de piedra arenisca en la isla de Spitsbergen, cerca de Longyearbyen, a 1.000 kilómetros de Noruega y a otros 1.000 del Polo Norte. Las obras se iniciaron en marzo de 2007 y el silo se inauguró oficialmente el 26 de febrero de 2008.


La Bóveda Global de Semillas sería al mundo de la agricultura lo que el arca de Noé fue al mundo de los animales, pues se ha constituido como el almacén de semillas más grande del mundo, diseñado para proteger la biodiversidad de las especies de cultivos que nos sirven como alimento.

Desde su inauguración, ya guarda en su interior 100 millones de semillas procedentes de un centenar de países. Pero los tres almacenes en los que está dividido el silo tienen la capacidad de atesorar hasta 2.000 millones de semillas.

En caso de cataclismo medioambiental o de extinción, estas semillas garantizarán la recuperación de los cultivos de las especies de las que depende la alimentación de la humanidad. No es algo tan remoto: el 90 % de los alimentos que consumimos en la actualidad provienen de sólo 150 plantas distintas, frente a las más de 7.000 que procedían en el siglo pasado.


Para la conservación de este preciado tesoro se han tomado unas medidas de protección, vigilancia y almacenaje que recuerdan bastante a las de un banco suizo.

En primer lugar se ha estudiado su particular enclave. Por su disposición geográfica y geológica, en caso de que ocurriera un fallo eléctrico en los sistemas de refrigeración que mantienen las muestras a 18 grados bajo cero, no habría lugar para la alarma. El permafrost son las capas de hielo permanentemente congelados, un perfecto refrigerante natural que rodea la estructura y que continuaría manteniendo las muestras a menos 6 grados centígrados.

Además, la bóveda es impermeable a la actividad volcánica, los terremotos, los tsunamis, la radiación, las consecuencias del cambio climático o las invasiones víricas.

No hay que olvidar que la mayoría de calorías que ingiere la población mundial proceden de sólo 30 cultivos, así que quizá dentro de poco sea este búnker de ciencia ficción escondido en las gélidas entrañas de una montaña polar la única salvaguarda para el futuro de la humanidad. Sin contar los incontables beneficios que la diversidad de plantas puede reportar a nivel medicinal en el ser humano, como indica el divulgador científico Eduardo Punset en su ensayo Por qué somos cómo somos:

Sólo en China existen más de 30.000 especies de plantas. Estamos hablando de otra de las grandes maravillas de este planeta: las plantas medicinales, algo más antiguo que el hombre. Una de las razones por las que merece la pena conservar la diversidad, por lo que cada vez que se quema un área de la Amazonia (y han ardido zonas con extensiones comparables a Bélgica) debemos ser conscientes de que hemos perdido miles de plantas cuyos principios activos no conoceremos nunca. Y esto es algo irreparable. ¿Quién se preocupa de que esto no suceda? ¿Lo hacen las grandes empresas farmacéuticas?
Jorge Wagensberg ha investigado en Amazonia y ha constatado que “algunas tribus llevaban unos 7.000 años investigando con plantas empleando el método ensayo-error. Los indios de la Amazonia son grandes investigadores, van por la selva y cuando ven una planta que no conocen —lo que ocurre a menudo porque la diversidad es muy grande— la mordisquean y empiezan a investigar para qué puede servir. Recuerdo que tenían analgésicos, incluso plantas que nosotros llamaríamos drogas. Algunas muy divertidas, como, por ejemplo, para dormir, el equivalente a una pastilla para dormir. Otras, para una vez te has dormido, soñar, incluso para tener dulces sueños. Y también para despertarse, para facilitar el diálogo y contarse los sueños”.

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