martes, 3 de noviembre de 2009

El origen de los cubitos de hielo

La típica costumbre de refrescar nuestras bebidas usando pequeños cubitos de hielo se debe al tesón (o en realidad, terquedad) de Frederic Tudor, un norteamericano al que hace dos siglos le pareció ver un gran negocio en el transporte y fraccionamiento de grandes bloques congelados, y que pese a las burlas iniciales de sus contemporáneos, amasó una enorme fortuna y llegó a ser conocido como “El Rey del Hielo”.

Nacido en 1783 en la ciudad de Boston, Frederic Tudor se obsesionó por el hielo desde muy joven. Durante un picnic familiar, Frederic y su hermano William bromearon con la posibilidad de vender bebidas frescas en el Caribe, algo que podría convertirlos en millonarios. La idea quedó marcada en la mente de Frederic, quien comenzó a estudiar seriamente la posibilidad de aserrar bloques de hielo de los lagos congelados de la región, embarcarlos y venderlos en el Ecuador.


Claro que los comienzos no fueron muy sencillos. Mostrándose escépticos por lo extraño del cargamento, ningún dueño de buque mercante aceptó transportar la fría carga de Frederic Tudor, quien se vio forzado a consumir todos sus ahorros en la compra de un navío propio. Su primer objetivo consistió en exportar los bloques de hielo a la isla de Martinica, en donde pensaba obtener el monopolio de las bebidas refrescantes.

En 1806, el barco de Frederic Tudor llegó a Martinica llevando 80 toneladas de hielo para vender a sus acalorados habitantes. Pese a que el cargamento llegó a destino en óptimas condiciones, la operación comercial resultó un fracaso absoluto. Los lugareños no estaban dispuestos a estropear el sabor de sus bebidas locales y se negaron a comprar el hielo de Tudor, quien veía con desesperación cómo su mercadería se derretía sin remedio.

Durante los años siguientes, las cosas fueron de mal en peor. La situación política, el caluroso clima y la falta de ventas conspiraron contra el sueño de Frederic Tudor. La gente no se animaba a mezclar sus bebidas con un trozo de hielo; la idea les asqueaba y se burlaban del pobre Frederic, a quien creían loco de remate. Su hermano William se retiró del negocio y las deudas lo agobiaron a tal punto que Frederic estuvo preso tres veces entre 1809 y 1813. Pero la obstinación de Tudor era inquebrantable, e hizo lo imposible para convencer al mundo de que comprasen sus cubitos de hielo.

En la década de 1820, Frederic Tudor recurrió a todas las técnicas de marketing que se le ocurrieron para demostrar las bondades de su producto, incluyendo la degustación de “muestras gratis”. Tenía por costumbre invitar a cenar a personajes distinguidos, a los que servía bebidas en vasos de cristal con frescos cubos de hielo flotando en su interior. Pese a la resistencia inicial de la gente a beber los preparados de Tudor, una vez “roto el hielo” (una frase más que oportuna para la ocasión) los invitados adoptaban para siempre el hábito de agregar hielo a sus bebidas.

Tudor viajó por todo el país ofreciendo su original producto. Poco a poco, convenció a los dueños de los bares para que vendiesen las bebidas con hielo al mismo precio que al natural, enseñó a los restaurantes cómo fabricar helados usando sus bloques de hielo y hasta dialogó con los médicos en los hospitales para explicarles que el hielo resultaba una cura ideal para los pacientes afiebrados. Lo cierto es que las personas jamás habían necesitado el hielo hasta que Tudor se los hacía probar. De allí en adelante, no podían vivir sin él.

Los negocios prosperaron a partir de entonces y Frederic Tudor no sólo consiguió vender bloques de hielo en el Caribe (especialmente en La Habana) sino que también transportó su producto a toda Europa e incluso hasta la India. En su época de mayor esplendor, las compañías hieleras de Tudor realizaban embarques de más de 180 toneladas de hielo hacia Calcuta.

Finalmente, la obsesión de Tudor por los cubitos de hielo dio sus merecidos frutos; se lo conoció como “El Rey del Hielo” y se volvió multimillonario, falleciendo próspero y feliz en 1864, varias décadas antes de que la llegada de la electricidad y los avances en los sistemas de refrigeración volvieran obsoletas a sus industrias.

Completamos este informe con una secuencia fotográfica del London Canal Museum de principios del siglo XIX, que detalla las operaciones de la Wenham Lake Ice Company (empresa competidora de Tudor), dedicada a vender en Inglaterra bloques de hielo “cosechados” en Noruega:

Arados especiales tirados por caballos cortaban grandes bloques de hielo formados con las puras aguas congeladas de los lagos noruegos.
Los bloques de hielo se cortaban luego a mano, utilizando grandes sierras metálicas.
Una vez fraccionados en trozos de tamaños similares, los bloques de hielo se manipulaban mediante pinzas especiales.
Extensas pasarelas de madera encerada servían para trasladar cómodamente a los bloques de hielo desde el lago hasta la costa, en donde se cargaban en los buques mercantes.
A lo largo de numerosos puntos al sur de Oslo, los barcos hieleros recibían su cargamento, para luego trasladarlo hasta Londres. Para darnos una idea de la magnitud del negocio, en la década de 1890 Noruega exportó más de 340 mil toneladas de hielo anuales.
Los barcos recorrían la “ruta del hielo”, transportando su cargamento hasta la ciudad de Londres, en donde era descargado en la zona portuaria.

El ciclo se completaba con la distribución domiciliaria, por medio de carros tirados por caballos. El vendedor picaba el hielo de acuerdo a las dimensiones y peso solicitados por cada uno de los clientes.

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