Hace unos días vi la película “El niño de barro” que narra las atrocidades que cometió un psicópata argentino de corta edad a principios del siglo XX. Lo que más me asombró fue la frialdad con la que cometía estas atrocidades. Según el protagonista demente, lo hacía por que le gustaba. Lo mismo que cualquiera de nosotros nos vamos, por ejemplo, de viaje por que nos gusta y disfrutamos, el tal Cayetano, alias Petiso Orejudo, lo hacía con la misma convicción, con la seguridad de que no estaba mal, de que quemar a una niña o ahorcar a un niño es un acto natural.
Todo esto hace que te replantees si la condición más natural del ser humano es ésta, si de un plumazo quitáramos las leyes y todo lo que nos “acota” la libertad de hacer lo que nos vengan en ganas ¿qué ocurriría? Mejor no plantearse estas incógnitas y vivir un poco engañados, de esta manera creo que seremos más felices de una manera menos natural, pero finalmente felices. ¿o no?
La ciudad porteña de Buenos Aires vio nacer, el 31 de octubre de 1896, al hijo de los inmigrantes calabreses Fiore Gordino y Lucía Ruffo. Este niño quién llevaría el nombre de Cayetano Santos horrorizaría a la Argentina algunos años más tarde bajo el apelativo de el "Petiso Orejudo".
Fiore fue quizá responsable en parte de haber engendrado a quién se convertiría en el primer criminal en serie en la historia policial argentina. Alcohólico y golpeador, había contraído la sífilis tiempo antes del nacimiento de Cayetano. El niño vino al mundo con graves problemas de salud, de hecho, durante sus primeros años de vida estuvo varias veces al borde de la muerte a causa de una enteritis.
La niñez de Cayetano transcurre en la calle, vagando. A partir de los cinco años concurre a varias escuelas de donde siempre es expulsado por su falta de interés en los estudios y su comportamiento rebelde. El escenario de sus correrías y carrera criminal serían los baldíos y conventillos de los barrios de Almagro y Parque Patricios, por entonces todavía al borde de la pampa. Es una zona de quintas, de retiro, de descanso. Pero también es un arrabal desgranado de paisanos y extranjeros.
A los 16 años, se convirtió en el primer criminal en serie en la historia policial argentina. Es un caso de una criminalidad horrenda, un hombre a quien le faltan aquellas condiciones de propio controlador que dominan los instintos y diferencian de las bestias a los individuos pertenecientes al género humano.
La primera denuncia presentada contra él fue presentada por su propio padre, en 1906, cuando el petiso tenía 9 años. Se presentó a la comisaría para decir que su hijo... "es absolutamente rebelde a la represión paternal, resultando que molesta a todos sus vecinos, arrojándoles cascotes o injuriándolos".
A esa edad, Godino ya presentaba una de las extrañas características de su personalidad: los actos de crueldad contra los animales. Su padre, en la denuncia, añadió que su hijo se había entretenido matando a unos pájaros domésticos. Fiore encuentra dentro de un zapato de su hijo un pájaro muerto y, debajo de su cama, una caja en donde guarda los cadáveres de otras aves. El padre quería que la policía se hiciera cargo de su hijo, y Petiso acabó encerrado en un reformatorio. Pero no sirvió de nada, ya que en cuanto recobró la libertad en 1911, se dedicó a su carrera criminal.
Mas adelante, se convirtió en un objeto de estudio psiquiátrico. Éstos destacaron que se trataba de un imbécil, en el sentido estricto de la palabra: alguien despojado de inteligencia.
Sin embargo, el Petiso cometía sus crímenes aprovechándose de su aspecto de idiota, ganándose la confianza de las víctimas, y engañar a quienes pudieran amenazar sus oscuros placeres.
Por lo general, el Petiso atraía a chicos menores que él, ofreciéndose a jugar, o con golosinas, y entonces era cuando los llevaba a casas abandonadas para cometer sus crímenes.
El 28 de septiembre de 1904, contando con apenas 7 años, Cayetano da inicio formal a su carrera criminal, a fuerza de engaños lleva a Miguel de Paoli, de casi dos años hasta un baldío y allí lo golpea para luego arrojarlo sobre un montón de espinas, un policía que pasaba se percata de lo sucedido y lleva a ambos niños a la comisaría de donde serían recogidos mas tarde por sus respectivas madres. Pero el Petiso dijo que había encontrado al niño; ésta lo recompensó con unas monedas.
Al año siguiente, Cayetano agrede a su vecina Ana Neri, de apenas 18 meses. Le conduce hasta un baldío en donde le golpea repetidamente en la cabeza con una piedra. Nuevamente es descubierto por un policía quién pone fin al ataque y le detiene, pero, dada su corta edad es dejado en libertad esa misma noche.
El 9 de septiembre de 1908 vuelve a las andadas, conduce a Severino González Caló, de 2 años, a una bodega ubicada frente al Colegio del Sagrado Corazón, ahí lo sumerge en una pileta para caballos cubriéndola después con una tabla para ahogar al pequeño. El propietario del lugar, Zacarías Caviglia, descubre la tentativa pero Godino se defiende diciendo que el niño había sido llevado hasta allí por una mujer vestida de negro de la que suministra señas particulares. Es conducido a la comisaría de donde es recogido al día siguiente.
Seis días más tarde, el 15 de septiembre, en Colombres 632, quema con un cigarrillo los párpados de Julio Botte, de 22 meses de edad. Es descubierto por la madre de la víctima, pero alcanza a huir.
Mientras, el Petiso se saciaba con su crueldad hacia los animales, llegando a matar a un caballo con un cuchillo, y un gran impulso piromaniaco. Incendió 2 casas, una fábrica de ladrillos, una estación de tranvías y un almacén. Cuando se le pidieron explicaciones, respondió: "Me gusta ver trabajar a los bomberos… es lindo ver como caen en el fuego."
Así es como cometió su primer asesinato. Fue en 1912, le prendió fuego a las faldas de una niña de 3 años, que falleció tras 16 días en agonía. Meses mas tarde, llevo al pequeño Arturo Laurora a una casa abandonada. Le tapó la boca con un pañuelo, y tras atarle un piolín de hilo trenzado al cuello, lo llevó arrastras a una habitación. Allí lo desnudó, lo golpeó y finalmente lo estranguló.
Su siguiente víctima fue un vecino suyo, de 3 años. Tras comprarle caramelos de chocolate, se lo llevó y lo ató de pies y manos con un piolín y lo ahorcó, pero no llegó a morir. Al marcharse, se encontró con el padre del pobre niño, buscándolo con desesperación, y el Petiso le aconsejo ir a poner una denuncia; seguidamente regresó al lugar donde el pobre niño ya agonizaba, y le clavó un clavo en la sien. Por la tarde, acudió a la casa del niño, donde los padres estaban velando al cadáver encontrado. Se acercó a contemplarlo, y antes de irse le movió la cabeza. -"Quería ver si aún llevaba el clavo"… dijo en sus declaraciones. Una mujer declaró haber visto al niño en compañía de un joven con unas grandes orejas y unos brazos largos, desproporcionados para su estatura. Gracias a esta declaración, al día siguiente el Petiso fue detenido en su domicilio. En un bolsillo llevaba restos de piolín, y un recorte con la crónica del asesinato del pequeño Laurora.
En noviembre de 1915, fue condenado a cadena perpetua, y en 1923 se le trasladó al penal de Ushuaia, la provincia más austral de la Argentina, a la "Cárcel del Fin del Mundo". En 1927 los médicos del penal le hicieron una cirugía estética en las orejas, porque creían que allí radicaba su maldad. Obviamente este tratamiento "radical" no sirvió de nada.
En 1936 pidió la libertad y se la negaron: "es un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo" indicaron los médicos. Su conducta mejoro y le permitieron integrarse a la banda de música del penal para tocar el bombo.
Un día de principios de 1944, un oscuro pero tenaz científico británico llamado John Clark desembarcó en Ushuaia, entonces un rústico caserío ubicado en el extremo austral de Argentina, cerca de los hielos antárticos. El hombre se dirigió a la cárcel –la única construcción sólida del pueblo– y entregó al comisario una carta firmada por un tal Juan Domingo Perón, ministro del presidente Edelmiro Farrel. La misiva del futuro generalísimo le autorizaba a exhumar el cadáver de Cayetano Santos Godino, uno de los 212 malhechores a quienes la Justicia deportó al último confín de la Patagonia para librarse de aquellos «enemigos irreductibles de la sociedad».
El inglés era uno de los últimos discípulos intelectuales de Francis Joseph Gall, fundador de la frenología, ciencia basada en el estudio de la mente y del carácter por la forma del cráneo. Cinco años antes, el mismo investigador había palpado minuciosamente la cabeza de Godino, llegando a la conclusión de que correspondía con la de un neurasténico pasivo. Es decir, a la de un enfermo que en plena vigilia se comporta igual que un sonámbulo. Para redondear su tesis y demoler el escepticismo de sus colegas en Europa, Clark necesitaba examinar el cráneo del difunto. Pero cuando la cuadrilla de reos excavó el pequeño cementerio donde debían hallarse los restos, se descubrió que la sepultura estaba vacía. Después de explorar en balde otras fosas y ante la posibilidad de que los reclusos, que se cruzaban sonrisas malignas, divulgaran otras irregularidades, el comisario Jorge Duarte confesó haber desarticulado el esqueleto del difunto y vendido los huesos a otros investigadores o coleccionistas de curiosidades. La propia esposa del jefe del penal se había quedado con un fémur, que utilizaba como pisapapeles.
El Petiso Orejudo, también conocido como el Murciélago Orillero, tenía 16 años cuando saltó a la fama como el primer asesino y pirómano en serie de Argentina. En la celda número 90 del presidio de Ushuaia, hoy convertido en museo, un muñeco representa al juvenil malhechor, con su traje a rayas de presidiario y sosteniendo la cuerda con que estrangulaba a sus víctimas.