Pobreza y Hambre
Ochocientos cincuenta y cuatro millones de personas del mundo están subalimentadas, esto es, disponen de menos de 1.900 calorías diarias. De este número, 820 millones se encuentran en países en vías de desarrollo, en contraste con las 823 millones que había en 1990.
Este informe anual publicado ayer por la FAO, Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, no muestra ninguna mejora en estos últimos diez años. En la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de noviembre de 1996, los jefes de Estado y de gobierno de 180 países se fijaron como objetivo reducir a la mitad para el 2015 la cantidad de gente con hambre.
De todos modos, es cierto que a raíz del crecimiento demográfico, la proporción de personas subalimentadas en los países pobres pasó de un 20% en 1990-1992 a un 17% en 2001-2003. Este cambio sigue siendo débil. “En realidad, no se logró ningún progreso" admitió Jacques Diouf, director general de la FAO, para quien esta baja de 3 millones en la cantidad de personas subalimentadas en los países pobres “puede deberse aun error estadístico.
Según la organización, “las tendencias más recientes son verdaderamente preocupantes”. Muestran un aumento de 26 millones de personas desnutridas entre 1995-1997 y 2001-2003, luego de una baja de 100 millones en los años 80. La mediocridad de estos resultados oculta importantes disparidades regionales.
Asia y el Pacífico registraron progresos reales, con excepción de Corea del Norte, Bangladesh y Pakistán. En China solamente, la cantidad de personas desnutridas disminuyó en 45 millones. Latinoamérica registra mejoras también, salvo en Venezuela.
La FAO subrayó que la cantidad de personas subalimentadas aumentó en Cercano Oriente, en el norte de Africa y en la región africana al sur de Sahara. Esto hizo que la cantidad de desnutridos pasara en 10 años de 169 a 206 millones, cuando los objetivos fijados en 1996 hablaban de la necesidad de llevar esa cifra a 85 millones para 2015. Los países con mayor peligro son también los que pasaron por guerras, como Burundi, Eritrea, Liberia, Sierra Leona o la República del Congo.
Si se tienen en cuenta los resultados de estos últimos años, sólo el este asiático logrará disminuir en más de la mitad su cantidad de desnutridos, mientras que el sudeste asiático la reducirá sólo en un tercio, como Latinoamérica.
En el Cercano Oriente y en el norte africano, la situación se agravará, de hecho, ya que las personas subalimentadas serán 36 millones en 2015, luego de las 24 millones que hubo en 1990.
Es en la zona africana al sur del Sahara en donde la situación es la peor. Y así se mantendrá, al parecer. El informe de la FAO muestra que la concentración del hambre en las zonas rurales demuestra que sin inversiones fuertes para el desarrollo rural y agrícola, no podrá haber ninguna mejora significativa.
Este informe anual publicado ayer por la FAO, Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, no muestra ninguna mejora en estos últimos diez años. En la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de noviembre de 1996, los jefes de Estado y de gobierno de 180 países se fijaron como objetivo reducir a la mitad para el 2015 la cantidad de gente con hambre.
De todos modos, es cierto que a raíz del crecimiento demográfico, la proporción de personas subalimentadas en los países pobres pasó de un 20% en 1990-1992 a un 17% en 2001-2003. Este cambio sigue siendo débil. “En realidad, no se logró ningún progreso" admitió Jacques Diouf, director general de la FAO, para quien esta baja de 3 millones en la cantidad de personas subalimentadas en los países pobres “puede deberse aun error estadístico.
Según la organización, “las tendencias más recientes son verdaderamente preocupantes”. Muestran un aumento de 26 millones de personas desnutridas entre 1995-1997 y 2001-2003, luego de una baja de 100 millones en los años 80. La mediocridad de estos resultados oculta importantes disparidades regionales.
Asia y el Pacífico registraron progresos reales, con excepción de Corea del Norte, Bangladesh y Pakistán. En China solamente, la cantidad de personas desnutridas disminuyó en 45 millones. Latinoamérica registra mejoras también, salvo en Venezuela.
La FAO subrayó que la cantidad de personas subalimentadas aumentó en Cercano Oriente, en el norte de Africa y en la región africana al sur de Sahara. Esto hizo que la cantidad de desnutridos pasara en 10 años de 169 a 206 millones, cuando los objetivos fijados en 1996 hablaban de la necesidad de llevar esa cifra a 85 millones para 2015. Los países con mayor peligro son también los que pasaron por guerras, como Burundi, Eritrea, Liberia, Sierra Leona o la República del Congo.
Si se tienen en cuenta los resultados de estos últimos años, sólo el este asiático logrará disminuir en más de la mitad su cantidad de desnutridos, mientras que el sudeste asiático la reducirá sólo en un tercio, como Latinoamérica.
En el Cercano Oriente y en el norte africano, la situación se agravará, de hecho, ya que las personas subalimentadas serán 36 millones en 2015, luego de las 24 millones que hubo en 1990.
Es en la zona africana al sur del Sahara en donde la situación es la peor. Y así se mantendrá, al parecer. El informe de la FAO muestra que la concentración del hambre en las zonas rurales demuestra que sin inversiones fuertes para el desarrollo rural y agrícola, no podrá haber ninguna mejora significativa.
Terrorismo
El uso de la violencia, o amenaza de recurrir a ella, con fines políticos, que se dirige contra víctimas individuales o grupos más amplios y cuyo alcance trasciende con frecuencia los límites nacionales. El término implica una acción llevada a cabo por grupos no gubernamentales o por unidades secretas o irregulares, que operan fuera de los parámetros habituales de las guerras y a veces tienen como objetivo fomentar la revolución. El terrorismo de Estado, ejercido por un Estado contra sus propios súbditos o comunidades conquistadas, se considera también una modalidad de terrorismo. Más que la realización de fines militares, el objetivo de los terroristas es la propagación del pánico en la comunidad sobre la que se dirige la violencia. En consecuencia, la comunidad se ve coaccionada a actuar de acuerdo con los deseos de los terroristas. El terrorismo extremo busca a menudo la desestabilización de un Estado causando el mayor caos posible, para posibilitar así una transformación radical del orden existente.
En las últimas décadas la sociedad ha sido víctima de uno de los peores flagelos: el terrorismo, que es un hecho expresivo de violencia que se lo puede ver durante toda la historia (conquistas, guerras) con sus más variadas formas de expresión y crueldad. El terrorismo se constituye así tanto en el ámbito interno como en el mundial, como en una vía abierta a todo acto violento, degradante e intimidatorio, y aplicado sin reserva o preocupación moral alguna. No es, por lo tanto, una práctica aislada, reciente ni desorganizada pero no por ello estructurado.
Los fines buscados por esta forma de "guerra" no convencional pueden tener fines políticos, religiosos, culturales y lisa llanamente la toma del poder por un medio totalmente ilícito. Por dichas causas, el mundo se ve sacudido diariamente con noticias de atentados producidos en la vía pública, donde pierden la vida gente inocente y totalmente ajena a esa "guerra" o intereses diversos.
Este fenómeno es una de las formas de violencia más difíciles de contener debido a que su campo de acción se extiende más allá de las regiones de conflicto. Es un fenómeno que se caracteriza por: su violencia indiscriminada, involucrando a víctimas que no tienen nada que ver con el conflicto causante del acto terrorista.; su impredisibilidad, actúa por sorpresa creando incertidumbre, infundiendo terror y paralizando la acción; su inmoralidad, produce sufrimiento innecesario, golpeando las áreas más vulnerables; ser indirecto, el blanco instrumento es usado para atraer la atención y para ejercer coerción sobre la audiencia o un blanco primario, a través del efecto multiplicador de los medios de comunicación masivos. A los actos terroristas debe responderse por medio de normas jurídicas que contemplen su prevención y sanción.
Generocidio
Existen en todo el mundo entre 113 y 200 millones de mujeres demográficamente desaparecidas. Cada año, entre 1,5 y3 millones de mujeres y niñas pierden la vida como consecuencia de la violencia o el abandono por razón de su sexo. Como decía The Economist del pasado 24 de noviembre, “cada período de dos a cuatro años, el mundo aparta la vista de un recuento de víctimas equiparable al Holocausto de Hitler”.
¿Cómo es posible que ocurra algo así?
He aquí algunas de las razones.
• En los países donde el nacimiento de un varón se considera un regalo y el de una niña una maldición, se recurre al aborto y el infanticidio selectivos para eliminar a las niñas.
• Las niñas mueren de forma desproporcionada por abandono, porque los alimentos y la asistencia médica se destinan antes a sus hermanos, padres, maridos e hijos.
• En los países en los que se considera a las mujeres propiedad de los hombres, los padres, hermanos y maridos las asesinan por atreverse a escoger sus propias parejas. Son los llamados asesinatos “de honor”. A las novias jóvenes cuyos padres no pagan dinero suficiente a los hombres que se han casado con ellas se las mata; son las llamadas “muertes por dote”.Puros asesinatos.
• El brutal tráfico sexual internacional de chicas jóvenes mata a un número incalculable de mujeres.
• La violencia doméstica causa la muerte de un gran número de mujeres en todos los países del mundo. Las mujeres entre 15 y 44 años tienen más probabilidades de ser asesinadas o heridas por sus parientes masculinos que de morir debido al cáncer, la malaria, los accidentes de tráfico ola guerra, todos juntos.
• Se concede tan poco valor a la salud femenina que, cada año, aproximadamente 600.000 mujeres mueren al dar a la luz. Esa cifra equivale a un genocidio como el de Ruanda cada 12 meses.
• Cada día, 6.000 niñas sufren la mutilación genital, según Naciones Unidas. Muchas mueren. Otras sufren dolores atroces durante el resto de su vida.
• Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco mujeres tiene probabilidades de ser víctima de una violación o un intento de violación a lo largo de su vida.
El genocidio consiste en el exterminio deliberado de un gran número de personas. Y esto es genocidio. No son unos asesinatos silenciosos; todas las víctimas proclaman a gritos su sufrimiento. Y no es que el mundo no oiga esos gritos; es que nosotros, los demás seres humanos, preferimos no prestar atención.
Resulta mucho más cómodo ignorar estas cuestiones, sobre todo cuando se trata de problemas tan extendidos y —para muchos lectores de periódicos— tan lejanos. Todas las cifras son cálculos aproximados. Casi nunca hay cifras exactas en este terreno; documentar la violencia contra las mujeres no es una prioridad en la mayoría de los países. ¿Cuántos tribunales se han creado para juzgar a quienes cometen estos crímenes? ¿Cuántas comisiones de la Verdad y la Reconciliación se han instituido? ¿Cuántos monumentos nos recuerdan que debemos llorar la muerte de estas víctimas? ¿Acaso las mujeres son bienes desechables, no del todo personas?
Mientras, puedo oír las excusas habituales. “En realidad, no sabemos si es una aniquilación sistemática.” “Es su religión, ya muchas mujeres no parece que les preocupe pertenecer a esa religión.” “No se puede atacar la cultura de la gente.”
Pero el mundo no está volviéndose más violento; al menos, no para los hombres. El mundo está volviéndose palpablemente más pacífico. Y la pobreza tampoco tiene mucho que ver. Los países ricos también persiguen a las mujeres. En Arabia Saudita, las mujeres no pueden votar; no pueden salir de su barrio o su país sin permiso del padre o el marido; no pueden trabajar, ni escoger a su esposo, si no lo autoriza su guardián. Y, sin embargo, a nadie se le ocurre decir que Arabia Saudita es pobre, salvo en términos culturales.
Nos enfrentamos a tres grandes retos.
En primer lugar, las mujeres no estamos organizadas ni unidas. Las mujeres de los países ricos, que disfrutamos de la igualdad bajo la ley, tenemos la obligación de movilizar a nuestras hermanas. Nuestra indignación y nuestras presiones políticas son las únicas armas que pueden promover el cambio.
El uso de la violencia, o amenaza de recurrir a ella, con fines políticos, que se dirige contra víctimas individuales o grupos más amplios y cuyo alcance trasciende con frecuencia los límites nacionales. El término implica una acción llevada a cabo por grupos no gubernamentales o por unidades secretas o irregulares, que operan fuera de los parámetros habituales de las guerras y a veces tienen como objetivo fomentar la revolución. El terrorismo de Estado, ejercido por un Estado contra sus propios súbditos o comunidades conquistadas, se considera también una modalidad de terrorismo. Más que la realización de fines militares, el objetivo de los terroristas es la propagación del pánico en la comunidad sobre la que se dirige la violencia. En consecuencia, la comunidad se ve coaccionada a actuar de acuerdo con los deseos de los terroristas. El terrorismo extremo busca a menudo la desestabilización de un Estado causando el mayor caos posible, para posibilitar así una transformación radical del orden existente.
En las últimas décadas la sociedad ha sido víctima de uno de los peores flagelos: el terrorismo, que es un hecho expresivo de violencia que se lo puede ver durante toda la historia (conquistas, guerras) con sus más variadas formas de expresión y crueldad. El terrorismo se constituye así tanto en el ámbito interno como en el mundial, como en una vía abierta a todo acto violento, degradante e intimidatorio, y aplicado sin reserva o preocupación moral alguna. No es, por lo tanto, una práctica aislada, reciente ni desorganizada pero no por ello estructurado.
Los fines buscados por esta forma de "guerra" no convencional pueden tener fines políticos, religiosos, culturales y lisa llanamente la toma del poder por un medio totalmente ilícito. Por dichas causas, el mundo se ve sacudido diariamente con noticias de atentados producidos en la vía pública, donde pierden la vida gente inocente y totalmente ajena a esa "guerra" o intereses diversos.
Este fenómeno es una de las formas de violencia más difíciles de contener debido a que su campo de acción se extiende más allá de las regiones de conflicto. Es un fenómeno que se caracteriza por: su violencia indiscriminada, involucrando a víctimas que no tienen nada que ver con el conflicto causante del acto terrorista.; su impredisibilidad, actúa por sorpresa creando incertidumbre, infundiendo terror y paralizando la acción; su inmoralidad, produce sufrimiento innecesario, golpeando las áreas más vulnerables; ser indirecto, el blanco instrumento es usado para atraer la atención y para ejercer coerción sobre la audiencia o un blanco primario, a través del efecto multiplicador de los medios de comunicación masivos. A los actos terroristas debe responderse por medio de normas jurídicas que contemplen su prevención y sanción.
Generocidio
Existen en todo el mundo entre 113 y 200 millones de mujeres demográficamente desaparecidas. Cada año, entre 1,5 y3 millones de mujeres y niñas pierden la vida como consecuencia de la violencia o el abandono por razón de su sexo. Como decía The Economist del pasado 24 de noviembre, “cada período de dos a cuatro años, el mundo aparta la vista de un recuento de víctimas equiparable al Holocausto de Hitler”.
¿Cómo es posible que ocurra algo así?
He aquí algunas de las razones.
• En los países donde el nacimiento de un varón se considera un regalo y el de una niña una maldición, se recurre al aborto y el infanticidio selectivos para eliminar a las niñas.
• Las niñas mueren de forma desproporcionada por abandono, porque los alimentos y la asistencia médica se destinan antes a sus hermanos, padres, maridos e hijos.
• En los países en los que se considera a las mujeres propiedad de los hombres, los padres, hermanos y maridos las asesinan por atreverse a escoger sus propias parejas. Son los llamados asesinatos “de honor”. A las novias jóvenes cuyos padres no pagan dinero suficiente a los hombres que se han casado con ellas se las mata; son las llamadas “muertes por dote”.Puros asesinatos.
• El brutal tráfico sexual internacional de chicas jóvenes mata a un número incalculable de mujeres.
• La violencia doméstica causa la muerte de un gran número de mujeres en todos los países del mundo. Las mujeres entre 15 y 44 años tienen más probabilidades de ser asesinadas o heridas por sus parientes masculinos que de morir debido al cáncer, la malaria, los accidentes de tráfico ola guerra, todos juntos.
• Se concede tan poco valor a la salud femenina que, cada año, aproximadamente 600.000 mujeres mueren al dar a la luz. Esa cifra equivale a un genocidio como el de Ruanda cada 12 meses.
• Cada día, 6.000 niñas sufren la mutilación genital, según Naciones Unidas. Muchas mueren. Otras sufren dolores atroces durante el resto de su vida.
• Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cinco mujeres tiene probabilidades de ser víctima de una violación o un intento de violación a lo largo de su vida.
El genocidio consiste en el exterminio deliberado de un gran número de personas. Y esto es genocidio. No son unos asesinatos silenciosos; todas las víctimas proclaman a gritos su sufrimiento. Y no es que el mundo no oiga esos gritos; es que nosotros, los demás seres humanos, preferimos no prestar atención.
Resulta mucho más cómodo ignorar estas cuestiones, sobre todo cuando se trata de problemas tan extendidos y —para muchos lectores de periódicos— tan lejanos. Todas las cifras son cálculos aproximados. Casi nunca hay cifras exactas en este terreno; documentar la violencia contra las mujeres no es una prioridad en la mayoría de los países. ¿Cuántos tribunales se han creado para juzgar a quienes cometen estos crímenes? ¿Cuántas comisiones de la Verdad y la Reconciliación se han instituido? ¿Cuántos monumentos nos recuerdan que debemos llorar la muerte de estas víctimas? ¿Acaso las mujeres son bienes desechables, no del todo personas?
Mientras, puedo oír las excusas habituales. “En realidad, no sabemos si es una aniquilación sistemática.” “Es su religión, ya muchas mujeres no parece que les preocupe pertenecer a esa religión.” “No se puede atacar la cultura de la gente.”
Pero el mundo no está volviéndose más violento; al menos, no para los hombres. El mundo está volviéndose palpablemente más pacífico. Y la pobreza tampoco tiene mucho que ver. Los países ricos también persiguen a las mujeres. En Arabia Saudita, las mujeres no pueden votar; no pueden salir de su barrio o su país sin permiso del padre o el marido; no pueden trabajar, ni escoger a su esposo, si no lo autoriza su guardián. Y, sin embargo, a nadie se le ocurre decir que Arabia Saudita es pobre, salvo en términos culturales.
Nos enfrentamos a tres grandes retos.
En primer lugar, las mujeres no estamos organizadas ni unidas. Las mujeres de los países ricos, que disfrutamos de la igualdad bajo la ley, tenemos la obligación de movilizar a nuestras hermanas. Nuestra indignación y nuestras presiones políticas son las únicas armas que pueden promover el cambio.
Luego están las fuerzas del oscurantismo. Los islamitas están empeñados en revivir y extender una serie de leyes brutales y retrógradas. En los países en los que imponen la ley coránica de la sharia, a las mujeres se les expulsa del ámbito público, se les niega la educación y se les obliga a pasar toda su vida como esclavas domesticas. La lucha para combatir el islamismo es una lucha para salvar a las mujeres en cuerpo y mente.
En tercer lugar, los relativistas culturales y morales socavan nuestro sentimiento de indignación moral cuando defienden la idea de que los derechos humanos son una invención occidental. Los hombres que maltratan a las mujeres hacen uso casi constante del vocabulario que amablemente les proporcionan esos relativistas al reivindicar el derecho a regirse por un sistema de valores distinto —“asiático”, “africano” o “islámico”— en relación con los derechos humanos. De acuerdo con este punto de vista, cuando los maridos, los padres y los hermanos pretenden que las mujeres somos posesiones suyas, están expresando su cultura o su religión, y hay que respetarles.
Tenemos que luchar para cambiar esa mentalidad. Una cultura que corta los genitales de las niñas, daña sus mentes y justifica su opresión física no es equiparable a una cultura que considera que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres.
El 8 de marzo fue el Día de la Mujer. En ese día, todos los años, celebramos nuestros triunfos y condenamos nuestro sufrimiento. Pero un día no es suficiente. Necesitamos más de un día, más de un año, más de un decenio. Necesitaríamos todo un siglo para luchar contra el generocidio.
Ni siquiera cuando buscan sinceramente la paz se dan cuenta los hombres que nos gobiernan —porque, en su abrumadora mayoría, son hombres— de que, mientras exista la guerra contra las mujeres, la humanidad no tendrá nunca paz. Si se nos niega la educación, transmitiremos nuestra ignorancia a nuestros hijos. El abandono de las mujeres perjudica a la sociedad entera.
Cuando nos violan concebimos en medio de la humillación, y transmitimos nuestra rabia a nuestros hijos. Si no nos quieren, tampoco nosotras podemos querer; y si no nos cuidan, también nosotras descuidamos. Las mujeres tratadas con crueldad engendran mercenarios y opresores. Si nos destruyen, destruimos. Ante este horror, me siento tan impotente como cualquiera, pero sé que, para acabar con él, vamos a necesitar mucha más energía y vamos a tener que centramos. Hay tres primeros pasos que podrían dar los dirigentes mundiales para empezar a erradicar el asesinato en masa de las mujeres.
En tercer lugar, los relativistas culturales y morales socavan nuestro sentimiento de indignación moral cuando defienden la idea de que los derechos humanos son una invención occidental. Los hombres que maltratan a las mujeres hacen uso casi constante del vocabulario que amablemente les proporcionan esos relativistas al reivindicar el derecho a regirse por un sistema de valores distinto —“asiático”, “africano” o “islámico”— en relación con los derechos humanos. De acuerdo con este punto de vista, cuando los maridos, los padres y los hermanos pretenden que las mujeres somos posesiones suyas, están expresando su cultura o su religión, y hay que respetarles.
Tenemos que luchar para cambiar esa mentalidad. Una cultura que corta los genitales de las niñas, daña sus mentes y justifica su opresión física no es equiparable a una cultura que considera que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres.
El 8 de marzo fue el Día de la Mujer. En ese día, todos los años, celebramos nuestros triunfos y condenamos nuestro sufrimiento. Pero un día no es suficiente. Necesitamos más de un día, más de un año, más de un decenio. Necesitaríamos todo un siglo para luchar contra el generocidio.
Ni siquiera cuando buscan sinceramente la paz se dan cuenta los hombres que nos gobiernan —porque, en su abrumadora mayoría, son hombres— de que, mientras exista la guerra contra las mujeres, la humanidad no tendrá nunca paz. Si se nos niega la educación, transmitiremos nuestra ignorancia a nuestros hijos. El abandono de las mujeres perjudica a la sociedad entera.
Cuando nos violan concebimos en medio de la humillación, y transmitimos nuestra rabia a nuestros hijos. Si no nos quieren, tampoco nosotras podemos querer; y si no nos cuidan, también nosotras descuidamos. Las mujeres tratadas con crueldad engendran mercenarios y opresores. Si nos destruyen, destruimos. Ante este horror, me siento tan impotente como cualquiera, pero sé que, para acabar con él, vamos a necesitar mucha más energía y vamos a tener que centramos. Hay tres primeros pasos que podrían dar los dirigentes mundiales para empezar a erradicar el asesinato en masa de las mujeres.
• Que un tribunal de justicia como el de La Haya busque a los 113-200 millones de mujeres y niñas desaparecidas. Transformar las cifras en rostros y nombres contribuirá enormemente a erradicar la violencia.
• Es urgente un serio esfuerzo internacional para documentar con exactitud la violencia contra las mujeres y las niñas, país por país, y denunciar la realidad de sus intolerables sufrimientos. En los dos últimos siglos, los occidentales han cambiado gradualmente la forma de tratar a las mujeres. Como consecuencia, Occidente disfruta de más paz y progreso. Confío en que el Tercer Mundo comprenda ese mismo esfuerzo en este siglo que comenzamos. Igual que acabamos con la esclavitud, debemos acabar con el generocidio.
• Por último, necesitamos una campaña mundial contra las culturas que permiten este tipo de crímenes. Las culturas que defienden la eliminación física de las niñas recién nacidas, que niegan a las mujeres el derecho a gobernar su propio cuerpo y no las protegen de ninguna forma contra los peores maltratos físicos, todas esas culturas deben reformarse. No son miembros respetables de la comunidad de naciones.
• Es urgente un serio esfuerzo internacional para documentar con exactitud la violencia contra las mujeres y las niñas, país por país, y denunciar la realidad de sus intolerables sufrimientos. En los dos últimos siglos, los occidentales han cambiado gradualmente la forma de tratar a las mujeres. Como consecuencia, Occidente disfruta de más paz y progreso. Confío en que el Tercer Mundo comprenda ese mismo esfuerzo en este siglo que comenzamos. Igual que acabamos con la esclavitud, debemos acabar con el generocidio.
• Por último, necesitamos una campaña mundial contra las culturas que permiten este tipo de crímenes. Las culturas que defienden la eliminación física de las niñas recién nacidas, que niegan a las mujeres el derecho a gobernar su propio cuerpo y no las protegen de ninguna forma contra los peores maltratos físicos, todas esas culturas deben reformarse. No son miembros respetables de la comunidad de naciones.
Los refugiados
Los refugiados y otras personas desplazadas son víctimas de acontecimientos que escapan a su control, como la persecución, los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos. Además, se les reconoce de forma creciente como un factor importante que afecta tanto a la seguridad nacional como a la política mundial. Cuando, sólo en 1999, más de un millón de personas se vieron obligadas a huir de su hogar en Kosovo, Timor Oriental y Chechenia, es evidente que el problema del desplazamiento forzado seguirá siendo un importante motivo de preocupación para la comunidad internacional en el siglo XXI.
Los refugiados y otras personas desplazadas son víctimas de acontecimientos que escapan a su control, como la persecución, los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos. Además, se les reconoce de forma creciente como un factor importante que afecta tanto a la seguridad nacional como a la política mundial. Cuando, sólo en 1999, más de un millón de personas se vieron obligadas a huir de su hogar en Kosovo, Timor Oriental y Chechenia, es evidente que el problema del desplazamiento forzado seguirá siendo un importante motivo de preocupación para la comunidad internacional en el siglo XXI.
¿Quién es un refugiado?: Se denomina refugiado a la persona que debe abandonar a la fuerza su hogar porque la persiguen --así sea individual o colectivamente-- debido a problemas políticos, religiosos, militares o de cualquier índole. A pesar de que la definición de refugiado varía de acuerdo con la época y el lugar, la creciente preocupación internacional por la difícil situación de los refugiados ha generado un consenso general. La Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados, define a un refugiado como la persona que "debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentra fuera del país de su nacionalidad y no puede o no quiere acogerse a la protección de tal país o no quiere regresar a él a causa de dichos temores..."
A pesar de que la definición de la Convención de los Refugiados es empleada por organizaciones internacionales tales como las Naciones Unidas, este término se sigue empleando mal y con frecuencia se utiliza de manera contradictoria en el lenguaje corriente. Los medios de comunicación, por ejemplo, a menudo confunden a los refugiados con las personas que emigran por razones económicas ("emigrantes por motivos económicos" y con grupos de perseguidos que permanecen dentro del país sin atravesar ninguna frontera.
A pesar de que la definición de la Convención de los Refugiados es empleada por organizaciones internacionales tales como las Naciones Unidas, este término se sigue empleando mal y con frecuencia se utiliza de manera contradictoria en el lenguaje corriente. Los medios de comunicación, por ejemplo, a menudo confunden a los refugiados con las personas que emigran por razones económicas ("emigrantes por motivos económicos" y con grupos de perseguidos que permanecen dentro del país sin atravesar ninguna frontera.